10 de enero de 2018

No todo lo que mato me lo como.


Bhawani Das. Pteropus giganteus. Murciélago (1778-82)

Por Elena Pereyra.

Llevo años en cruenta batalla contra los murciélagos que han decidido cohabitar conmigo sin mi permiso; animales que si bien son una especie que ayuda a mantener el ecosistema, en mi casa son una plaga. Tal vez en el campo o volando hagan bien su labor, pero en mi cielo raso sólo pernoctan, orinan y cagan y el guano es perjudicial para la salud del humano. También es perjudicial el bacanal que hacen todas las noches, revoloteando de manera escandalosa en ésta su guarida, despertado a las otras especies que aquí vivimos y necesitamos el descanso porque nosotras sí somos diurnas. 

En fin, como sugirió don Pedro Segundo García (personaje del libro La Casa de Los Espíritus) intenté entablar un diálogo, porque aseguran que los animales son inteligentes y entienden, así que metiendo la cabeza por la escotilla de mantenimiento del cielo raso, de buena manera les expliqué que este no era un lugar donde fueran bien recibidos (menos aún si insisten en no pagar alquiler) y que en esta casa hay reglas de convivencia bien claras, las cuales -por su propia naturaleza- ambas partes sabíamos que ellos no iban a poder cumplir, entonces era mejor que se marcharan, así, sin mayores sobresaltos, sin ser echados por las malas y bueno, me ignoraron. 

Recuerdo mandé a pedir una máquina que emitía ondas sonoras de alta frecuencia para ahuyentarlos, la cual por cierto, si alguien conoce otro tipo de uso que le pueda dar o me la quieren comprar me avisan, porque para ahuyentar murciélagos no sirve. Y ya que para conectarla había instalado un tomacorriente en el cielo raso, a sugerencia de otra gente compré unas bujías salvajes que mantenían aquello como si fuera Las Vegas 24/7. Mi consumo de electricidad en la estratósfera pero nel, esos bichos horrendos a como fuera seguían aquí enrranchados. Volví a asomarme por la escotilla de mantenimiento, les dije que como no entendían que mi casa no era su casa, íbamos ahora por las malas. Di el portazo (o el escotillazo) y llamé a Terminex, Fuminex, Rodex, etc, ellos me explicaron que por regulaciones del MARENA sólo pueden intentar sacarlos aplicando un gas que es en realidad bastante inocuo porque son especie protegida. Yo que sé lo que es echar gases, sabía que éso no funcionaría, que pasadito el mal olor regresarían y así fue. Una fumigada, dos fumigadas, tres fumigadas, cuatro fumigadas, cinco fumigadas, n cantidad de fumigadas y NADA, los malditos iban y volvían. De esta forma, la empresa de fumigación pudo pagar por año y medio al menos a dos sus empleados a costillas mías gracias a los hermanos murciélagos. En mi batalla daba también ingresos al que mes a mes venía a barrer y sacar el guano del cielo raso, así como a Sumimedco por la compra de guantes y mascarillas, a Futec Industrial por la compra de galones de desinfectantes y ambientador, a Plastinic por las bolsas, al Hotel Seminole por la noche de hotel donde me quedaba cada día de fumigación con mi hija y ni hablar del día libre con goce de salario que se tomaba mi ayudante casera. Qué maravilla! 

Cuando les hice ver que no estábamos logrando NADA, dijeron que tal vez ellos debían ahuyentar a los queróptidos con el gas y yo contraatacar metiendo a albañiles y techeros a que sellaran todo orificio por el cual se meten. Voilá! Así gasté, gasté y gasté en cerrar hoyitos, porque los malditos seguían aquí. Reclamaba ya no solo a las empresas de fumigación sino a los contratistas que sellaron los orificios por donde podían meterse. Entonces un día, a uno se le prendió el bombillo y quitó una hilada de tejas del techo y notó que debajo de las tejas habían hoyos a causa del corrosivo orín del murciélago. Los malditos, al no lograr entrar al cielo raso, se quedaban en el huequito que se forma entre la teja y la lámina de zinc. Unas cuantas miaditas y zuuuum, vuelta pa´dentro, a “nuestro” hogar dulce hogar. Vaya, ese día me di cuenta que la urbanizadora que me vendió esta casa no aplicó a la cubierta un anticorrosivo antes de poner las tejas. Ni modo, tuve que quitar todo el techo y volverlo a poner. TODO. Las guerras son millonarias, yo no. Mi bolsillo también estaba resistiendo fuertemente este enfrentamiento contra los murciélagos, pero la esperanza es lo último que se pierde y tal vez ahora sí lográbamos acabar con la plaga. Yizussss.

Tuvimos un tiempo de paz, hasta que comencé a escuchar sus inconfundibles chillidos de ecolocación. Llamé a todas las tropas y ahora resulta que lo que yo escuchaba, dijeron, era en el techo del vecino; pero como vivo en un townhouse y comparto la pared central con ellos, mi hiperacusia hace que los oiga, mas no es aquí. Oqueeéi. Ay, pobrecito mi vecino. Yo sé lo terrible que es ese problema, pensé tantas veces mientras seguía escuchando el revoloteo. Llegué a creer que mi padecimiento de hiperacusia estaba en niveles biónicos ya que escuchaba los revoloteos de los murciélagos del vecino tan cerca como si estuvieran revoloteando en mi techo, sobre mi cama. Así estuve en estado de negación absoluta, intentando callar a los demonios que me decían “están en tu casa”, hasta que tuve un huésped que dijo no padecía lo mismo que yo y me aseguró que escuchaba a los murciélagos EN MI CASA. Oh nooooo!!!! Otra llamada a las tropas especiales. Se subieron a observar y notaron que esa pared que separa mi casa de la del vecino, no está realmente sellada y por ahí se vienen otra vez a mi casa. ¡Uatafok! Imbéciles, pero si parte del trabajo que ya me habían cobrado incluía sellar la división entre las casas!!!!!!!!!!!!!!!!! Así que encabronada, contraté a otra empresa que cerrara éso y el contratista, cuando le platiqué por qué quería cerrar, me comentó que conocía a alguien que exterminaba a los murciélagos con una sola visita. Vaya, por fin doy con alguien que sí se presta a matarlos, que es cabal lo que yo quiero hacer con estos irredentos que viven en mi casa. 

Lo llamé. El tipo me hizo mandar a comprar a Honduras un veneno que los mata. Fue realmente una odisea el paso ilegal del producto por la frontera y puesto aquí, sintiéndome feliz, llamé a quien me recomendó el producto y resulta está haciendo unos trabajos en Guacalito de la Isla y no puede venir a mi casa. Ni modo, lo haré yo. Qué hay que hacer, le pregunté. Me dijo que debía atrapar a unos cuantos murciélagos vivos, embarrarlos con aquélla pasta y soltarlos en el cielo raso. Ellos embarrarían a los demás y morirían. Sé que a estas alturas han de imaginarme con cara de Gargamel tras los Pitufos, intentando atrapar a los ejemplares a los que los embarraría con su suerte, pero no, me dan asco esas ratas con alas y yo jamás haría algo así. Contraté a alguien dispuesto al sicariato de queróptidos en complicidad mía, y el señor, muy mayor me dijo: “Doñitá ¿y si le traigo una animala? Con una animala se le acaban estos problemas. Eso sería más fácil que atrapar a estos malditos, mejor que los atrape ella que es bárbara para éso”. Recordé que ya alguien me había dicho que metiera a una gata en mi cielo raso y bueno, le dije al señor que no podía ser tan mala onda con una gata y que igual después el cielo raso iba a oler mal, esta vez a caca y orín de gato. Él me aclaró que no estaba refiriéndose a una gata sino a una boa… Bueno, ustedes me conocen y saben de mi fobia por las serpientes. Casi hago un PLOP al mejor estilo de Condorito. Espeluznada, le dije al señor que estaba réqueteloco. Que volviéramos al plan de atrapar a unos cuantos para embarrarles la pasta y listo. “Veya, me dijo, yo se los vuá sacar. Ay deme unos mil quinientos pesos y yo regreso mañana.”

Volvió. Traía un saco lleno de cabezas de ajo trenzadas, dos yardas de tela roja y dos galones de algo que llamó “Vampirín”. Me mandó a pasear y que volviera en tres horas. Regresé y esta vez me tocó pagar hotel para mí y para la familia del vecino por 4 días, ya que el maistro, sencillo y buenagente, en esa solución que llamó “Vampirín” se le ocurrió mezclar cipermetrina con fosfuro de hidrógeno... 

Meses después comencé a ir al psiquiatra, porque aunque ustedes no lo crean, yo sigo escuchando murciélagos en el cielo raso. Ahora no solo chillan sino se ríen de mí a carcajadas, y como en el Condominio me prohibieron terminantemente solicitar servicios a empresas fumigadoras, he decidido vender mi casa. 

Cuento que no es un cuento. 


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