7 de junio de 2017

Rulfo: Cien años entre llamas, murmullos y fantasmas.

Por Ian David Briceño Aguilar.

Rulfo no podía estar ausente en el desarrollo del Centroamérica Cuenta. Durante un conversatorio realizado la noche del pasado  jueves veintiséis de mayo  en el Teatro Bernard – Marie Koltes  de la Alianza Francesa. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, junto a los escritores mexicanos  Pedro de Isla, Héctor Aguilar Camín y el peruano Alonso Cueto, autor de Lágrimas Artificiales  recordaron la vida, obra y legado de quien era y sigue siendo una de las figuras más representativas de la literatura latinoamericana. Este conversatorio se realizó en conmemoración a los cien años  de su natalicio.

Llegué con muchas expectativas, puesto que Rulfo es uno de los prosistas que he disfrutado  en toda mi vida como  lector. Aunque  confieso haber abortado  dos veces la lectura de su obra insigne “Pedro Páramo”  y fue a la tercera que me aventuré a terminarlo. Como sabemos, Pedro Páramo no es  una novela narrativamente convencional, es decir, no es una novela  en donde los sucesos se desarrollen linealmente  en el tiempo ni en el espacio ficticio de la narración. Su simultaneismo  y desarrollo en donde Rulfo  cuenta la historia intercalando la primera y tercera persona solía perderme, por lo que abrumado ante tal situación decidía abandonarlo, hoy por hoy es uno de los libros que he releído para volver a disfrutarlo.

El escritor Alonso Cueto empieza  la conversación describiendo la obra de Rulfo como un espejo, un espejo que muestra la historia latinoamericana, una historia de fragmentos, desconexos, retazos, dispersión, fugas en todas direcciones y  en  donde está de alguna manera retratado quienes somos nosotros. “Es uno de los libros que más ha significado en mi vida” “Siempre lo tengo presente cuando escribo” confiesa el escritor refiriéndose a Pedro  Páramo.

Momentos después Sergio Ramírez  dio inicio a sus preguntas tejiendo los nombres de Rubén Darío, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, realiza una lectura de fragmentos propios de cada uno de ellos , en donde se evidencia claramente  la confluencia  e influencia en  textos casi similares  y pregunta: ¿Cuáles son esos signos mágicos que  hacen que el lenguaje presenten bordados parecidos? ¿Qué influye en estos? ¿Cuáles son esas influencias literarias, es decir Gabo leyendo a Darío; Gabo leyendo a Rulfo?

El escritor  Pedro de Isla responde  que cada uno de ellos trata de recuperar  parte de sus historias, y a su vez tratan de recuperar el lenguaje en tiempos diferentes. Más adelante en otra de sus intervenciones hizo hincapié en la unidad temática y de identidad  que existe en Latinoamérica a pesar de la distancia. “Todos somos hijos de juan Rulfo” afirma de manera categórica.

Por otro lado  para el escritor Héctor Aguilar, quien recientemente publicó un artículo en el diario EL PAIS,  el cual tituló “Los dos Rulfo”  manifiesta que en la obra de Rulfo está reflejada la violencia heredada y que siempre ha estado presente en México, asevera que García Márquez y Rulfo son dos escritores muy distintos desde el punto de vista que estético, y  que a pesar de asemejarse obtenían resultados distintos.  

Lo cierto es que en “El olor a la guayaba”, conversaciones con Plinio Apoyuelo Mendoza, Editorial Bruguera 1982, Gabriel García Márquez se refiere a Rubén como uno de los poetas que más influyó sus años juveniles y también devela la importancia de Darío en su obra.

Para muchos “El Otoño del Patriarca” es un homenaje que Gabriel realiza al Príncipe de las Letras Castellanas y evidencia claramente la influencia del último sobre el primero.

También está asentado que García Márquez dijo en muchas entrevistas que después de leer Pedro Páramo encontró nuevas maneras de afrontar sus propios proyectos.

Otro de los aspectos mencionados durante la velada fue el de las entradas, frases o entradillas, esas primeras líneas con que inician todas las historias y que precisamente son indiscutiblemente claves y determinantes para atrapar al lector. Sergio recuerda momentos en los que competía con  Carlos Fuentes a quien de los dos recordara y citara más entradas. “Fuentes sabia muchas entradas de Dickens, yo por mi parte siempre citaba la de Pedro Páramo” cuenta Ramírez.



Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo” Pedro Páramo.

En el  artículo “Los dos Rulfo” Héctor Aguilar inicia de la siguiente manera: “Pienso en Rulfo y oigo las primeras palabras de Pedro Páramo. Pienso entonces, mexicana y sacrílegamente, que son mejores que las primeras de El Quijote” 

Sergio  pregunta a Cueto si la entrada de Pedro Páramo le parece mejor que la del Quijote o de la de Cien años de Soledad. Alonso Cueto quien a mi parecer evade inteligentemente la pregunta, se refirió a las entradas citando la del cuento de Rulfo “No oyes ladrar a los perros” y recita : “Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte” seguido de eso destaca  una marca estilística de Rulfo como es la imprecisión, indefinición, inexactitud en el lenguaje: “alguna luz, en alguna parte, algo, como si fuera, habían unos pasos como de gente” Rulfo tenía la habilidad para introducirnos en esos  paisajes despoblados, desérticos, lugares habitados por fantasmas.

Ramírez además hizo mención del mito que ha circulado alrededor de Pedro Páramo desde hace muchos años, donde se rumora  que Juan Rulfo recibió ayuda en el ordenamiento de la novela y que hubo otros personajes que participaron en la confección de ella; novela que  inicialmente se titularía “Los murmullos”. Todavía en agosto de 2015, El Universal publicó en su suplemento cultural Confabulario una entrevista en la que el crítico literario Emmanuel Carballo insiste en la participación determinante de Arreola y Ali  Chumacero en la versión final.

Ramírez atestigua que en conversación sostenida con Tenorio  quien fungió como Director del Fondo de Cultura Económica de México, Tenorio le detalló  que recuperó el archivo original y revisó cuales fueron las correcciones que  le realizaron, constatando que la única corrección que se realizó fue la eliminación  de un párrafo escrito al final de la novela  en donde Rulfo agregaba cierto tipo de descripción de cómo murió Pedro Páramo.

Lo cierto es  creo que fielmente en la legitimad de Rulfo como lo asevera  Fabienne Bradu  ensayista, editora,  traductora y narradora francesa radicada en México en un ensayo titulado “El mito de Rulfo” “varias voces se conjugaron para fabricar a un Rulfo que rara vez el mismo desmentía. Sus amigos: Fernando Benítez, Juan José Arreola, Emilio José Pacheco, entre otros, son los ventrílocuos que llenaron los silencios de Rulfo entre cada entrevista, como si el autor del Llano en llamas les delegara la responsabilidad  de darle existencia por medio de las palabras” y quien además afirma que Rulfo sin duda alguna era  un autodidacta, pero no por eso menos que un erudito.

¿Por qué dejó de escribir, o al menos de publicar, Rulfo? Fue otras de las interrogantes desarrolladas. Ramírez hizo a la alusión al momento que el  escritor guatemalteco Augusto Monterroso, lo retrató como un zorro astuto en una de sus fábulas. Un Zorro escritor publicó un primer libro que tuvo mucho éxito y fue traducido; después, editó un segundo libro mucho mejor que el primero y que fue objeto de estudio por entendidos y profesores de literatura. Pero pasaron los años y el Zorro no quiso publicar de nuevo. Ante la insistencia de críticos y amigos que le exhortaban a publicar otro libro, se deshacía en excusas y con cansancio intentaba esquivar semejante acoso. Su razonamiento interior de astucia era implacable: “En realidad lo que estos quieren es que publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”. Lo cierto es que Rulfo se mantuvo firme y al parecer ni escribió ni publicó nada más.

Por su parte Gabriel García Márquez en vida declaró  “Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida”. Para muchos  Pedro Páramo es el mejor poema de la literatura mexicana.

Rulfo se descubrió de pronto así mismo como un genio y se inhibió con su genialidad, era un escritor misterioso, era puro milagro distinto de la inmensa  mayoría de los escritores”, “No hay exegesis ni comidilla literaria  que pueda disminuir este hecho” afirma el escritor Héctor Aguilar Camín.

El conversatorio terminó con la lectura realiza por Héctor Aguilar de lo que fuera el último escrito original no firmado e incluido en una semblanza redactada por Guillermo Sheridan, un amigo muy cercano a Rulfo. El relato cuenta la historia sobre un caballo ciego y su dueño que quiere venderlo, pero el comprador le asegura que no se lo compra debido a que el dichoso animal está ciego. El vendedor insiste. Entonces el comprador se monta en el caballo para demostrar la equivocación del no-comprador. Lo espolea y le va dando rienda. Ya en el trote lo desmonta y el caballo sigue hasta que impacta contra una barda y cae al suelo. El dueño se arroja al polvo para auxiliar al caballo. Con tristeza y algo de rencor exclama: “¡Qué ciego va a estar! Lo que pasa es que a ese caballo ya todo le importa una chingada...”

Rulfo siempre tuvo una personalidad enigmática. Algunos historiadores dicen que siempre se mostró como una persona con una timidez excesiva, introvertida y demasiado silenciosa, razón por la que muchos lo consideraban una persona hostil; el mismo lo definió como una depresión de la que nunca podría liberarse, y fue lo que llevó a Rulfo a sumergirse por años en el alcohol y el tabaco. En algún punto de su vida dejó el alcohol, pero su hábito de colocarse un cigarrillo encendido entre los labios como un ritual inquebrantable, nunca lo pudo abandonar, fue lo que le produjo un cáncer de pulmón por el que finalmente moriría.

Cuando el nombre de Rulfo viene a mi mente suelo imaginármelo como un hombre descarnado, sensible pero siempre callado. Alguien que hablo cuando tenía que hacerlo, y utilizo la cantidad de palabras necesarias para expresarse, aun cuando en su cabeza se concentraba el ruido más silencioso del mundo. 


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