Por Ian David Briceño Aguilar.
Rulfo
no podía estar ausente en el desarrollo del Centroamérica Cuenta. Durante un
conversatorio realizado la noche del pasado jueves veintiséis de mayo en el Teatro Bernard – Marie Koltes de la Alianza Francesa. El escritor
nicaragüense Sergio Ramírez, junto a los escritores mexicanos Pedro de Isla, Héctor Aguilar Camín y el
peruano Alonso Cueto, autor de Lágrimas Artificiales recordaron la vida, obra y legado de quien
era y sigue siendo una de las figuras más representativas de la literatura
latinoamericana. Este conversatorio se realizó en conmemoración a los cien años de su natalicio.
Llegué
con muchas expectativas, puesto que Rulfo es uno de los prosistas que he
disfrutado en toda mi vida como lector. Aunque
confieso haber abortado dos veces
la lectura de su obra insigne “Pedro Páramo” y fue a la tercera que me aventuré a
terminarlo. Como sabemos, Pedro Páramo no es una novela narrativamente convencional, es
decir, no es una novela en donde los
sucesos se desarrollen linealmente en el
tiempo ni en el espacio ficticio de la narración. Su simultaneismo y desarrollo en donde Rulfo cuenta la historia intercalando la primera y
tercera persona solía perderme, por lo que abrumado ante tal situación decidía
abandonarlo, hoy por hoy es uno de los libros que he releído para volver a
disfrutarlo.
El
escritor Alonso Cueto empieza la
conversación describiendo la obra de Rulfo como un espejo, un espejo que
muestra la historia latinoamericana, una historia de fragmentos, desconexos,
retazos, dispersión, fugas en todas direcciones y en donde está de alguna manera retratado quienes
somos nosotros. “Es uno de los libros que
más ha significado en mi vida” “Siempre
lo tengo presente cuando escribo” confiesa el escritor refiriéndose a
Pedro Páramo.
Momentos
después Sergio Ramírez dio inicio a sus
preguntas tejiendo los nombres de Rubén Darío, Juan Rulfo y Gabriel García
Márquez, realiza una lectura de fragmentos propios de cada uno de ellos , en donde
se evidencia claramente la
confluencia e influencia en textos casi similares y pregunta: ¿Cuáles son esos signos mágicos
que hacen que el lenguaje presenten
bordados parecidos? ¿Qué influye en estos? ¿Cuáles son esas influencias
literarias, es decir Gabo leyendo a Darío; Gabo leyendo a Rulfo?
El
escritor Pedro de Isla responde que cada uno de ellos trata de recuperar parte de sus historias, y a su vez tratan de recuperar
el lenguaje en tiempos diferentes. Más adelante en otra de sus intervenciones
hizo hincapié en la unidad temática y de identidad que existe en Latinoamérica a pesar de la
distancia. “Todos somos hijos de juan
Rulfo” afirma de manera categórica.
Por
otro lado para el escritor Héctor Aguilar,
quien recientemente publicó un artículo en el diario EL PAIS, el cual tituló “Los dos Rulfo” manifiesta que
en la obra de Rulfo está reflejada la violencia heredada y que siempre ha
estado presente en México, asevera que García Márquez y Rulfo son dos
escritores muy distintos desde el punto de vista que estético, y que a pesar de asemejarse obtenían resultados
distintos.
Lo
cierto es que en “El olor a la guayaba”, conversaciones con Plinio Apoyuelo
Mendoza, Editorial Bruguera 1982, Gabriel García Márquez se refiere a Rubén
como uno de los poetas que más influyó sus años juveniles y también devela la
importancia de Darío en su obra.
Para
muchos “El Otoño del Patriarca” es un homenaje que Gabriel realiza al Príncipe
de las Letras Castellanas y evidencia claramente la influencia del último sobre
el primero.
También
está asentado que García Márquez dijo en muchas entrevistas que después de leer
Pedro Páramo encontró nuevas maneras de afrontar sus propios proyectos.
Otro
de los aspectos mencionados durante la velada fue el de las entradas, frases o
entradillas, esas primeras líneas con que inician todas las historias y que
precisamente son indiscutiblemente claves y determinantes para atrapar al
lector. Sergio recuerda momentos en los que competía con Carlos Fuentes a quien de los dos recordara y
citara más entradas. “Fuentes sabia
muchas entradas de Dickens, yo por mi parte siempre citaba la de Pedro Páramo” cuenta Ramírez.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que
vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo
haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo” Pedro
Páramo.
En
el artículo “Los dos Rulfo” Héctor
Aguilar inicia de la siguiente manera: “Pienso
en Rulfo y oigo las primeras palabras de Pedro Páramo. Pienso entonces,
mexicana y sacrílegamente, que son mejores que las primeras de El Quijote”
Sergio
pregunta a Cueto si la entrada de Pedro
Páramo
le parece mejor que la del Quijote o de la de Cien años de Soledad. Alonso
Cueto quien a mi parecer evade inteligentemente la pregunta, se refirió a las entradas citando la del cuento de Rulfo “No oyes ladrar a los perros” y recita :
“Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si
no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte” seguido
de eso destaca una marca estilística de
Rulfo como es la imprecisión, indefinición, inexactitud en el lenguaje: “alguna
luz, en alguna parte, algo, como si fuera, habían unos pasos como de gente” Rulfo
tenía la habilidad para introducirnos en esos paisajes despoblados, desérticos, lugares
habitados por fantasmas.
Ramírez
además hizo mención del mito que ha circulado alrededor de Pedro Páramo desde
hace muchos años, donde se rumora que Juan
Rulfo recibió ayuda en el ordenamiento de la novela y que hubo otros personajes
que participaron en la confección de ella; novela que inicialmente se titularía “Los murmullos”. Todavía en agosto de
2015, El Universal publicó en su suplemento cultural Confabulario una entrevista
en la que el crítico literario Emmanuel Carballo insiste en la participación
determinante de Arreola y Ali Chumacero
en la versión final.
Ramírez
atestigua que en conversación sostenida con Tenorio quien fungió como Director del Fondo de Cultura
Económica de México, Tenorio le detalló que recuperó el archivo original y revisó cuales
fueron las correcciones que le realizaron, constatando que la única corrección
que se realizó fue la eliminación de un párrafo escrito al final de la novela en donde Rulfo agregaba cierto tipo de
descripción de cómo murió Pedro Páramo.
Lo
cierto es creo que fielmente en la
legitimad de Rulfo como lo asevera Fabienne
Bradu ensayista, editora, traductora y narradora francesa radicada en
México en un ensayo titulado “El mito de Rulfo” “varias voces se conjugaron para fabricar a un Rulfo que rara vez el
mismo desmentía. Sus amigos: Fernando Benítez, Juan José Arreola, Emilio José Pacheco,
entre otros, son los ventrílocuos que llenaron los silencios de Rulfo entre
cada entrevista, como si el autor del Llano en llamas les delegara la
responsabilidad de darle existencia por
medio de las palabras” y quien además afirma que Rulfo sin duda alguna era un autodidacta, pero no por eso menos que un
erudito.
¿Por
qué dejó de escribir, o al menos de publicar, Rulfo? Fue otras de las
interrogantes desarrolladas. Ramírez hizo a la alusión al momento que el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, lo
retrató como un zorro astuto en una de sus fábulas. Un Zorro escritor publicó
un primer libro que tuvo mucho éxito y fue traducido; después, editó un segundo
libro mucho mejor que el primero y que fue objeto de estudio por entendidos y
profesores de literatura. Pero pasaron los años y el Zorro no quiso publicar de
nuevo. Ante la insistencia de críticos y amigos que le exhortaban a publicar
otro libro, se deshacía en excusas y con cansancio intentaba esquivar semejante
acoso. Su razonamiento interior de astucia era implacable: “En realidad lo que
estos quieren es que publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy
a hacer”. Lo cierto es que Rulfo se mantuvo firme y al parecer ni escribió ni
publicó nada más.
Por
su parte Gabriel García Márquez en vida declaró “Yo
nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de
Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me
preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida”. Para muchos Pedro Páramo es el mejor poema de la
literatura mexicana.
“Rulfo se descubrió de pronto así mismo como
un genio y se inhibió con su genialidad, era un escritor misterioso, era puro
milagro distinto de la inmensa mayoría
de los escritores”, “No hay exegesis
ni comidilla literaria que pueda
disminuir este hecho” afirma el escritor Héctor Aguilar Camín.
El
conversatorio terminó con la lectura realiza por Héctor Aguilar de lo que fuera
el último escrito original no firmado e incluido en una semblanza redactada por
Guillermo Sheridan, un amigo muy cercano a Rulfo. El relato cuenta la historia sobre
un caballo ciego y su dueño que quiere venderlo, pero el comprador le asegura
que no se lo compra debido a que el dichoso animal está ciego. El vendedor
insiste. Entonces el comprador se monta en el caballo para demostrar la
equivocación del no-comprador. Lo espolea y le va dando rienda. Ya en el trote
lo desmonta y el caballo sigue hasta que impacta contra una barda y cae al
suelo. El dueño se arroja al polvo para auxiliar al caballo. Con tristeza y
algo de rencor exclama: “¡Qué ciego va a estar! Lo que pasa es que a ese
caballo ya todo le importa una chingada...”
Rulfo
siempre tuvo una personalidad enigmática. Algunos historiadores dicen que siempre
se mostró como una persona con una timidez excesiva, introvertida y demasiado
silenciosa, razón por la que muchos lo consideraban una persona hostil; el
mismo lo definió como una depresión de la que nunca podría liberarse, y fue lo
que llevó a Rulfo a sumergirse por años en el alcohol y el tabaco. En algún
punto de su vida dejó el alcohol, pero su hábito de colocarse un cigarrillo
encendido entre los labios como un ritual inquebrantable, nunca lo pudo
abandonar, fue lo que le produjo un cáncer de pulmón por el que finalmente
moriría.
Cuando
el nombre de Rulfo viene a mi mente suelo imaginármelo como un hombre
descarnado, sensible pero siempre callado. Alguien que hablo cuando tenía que
hacerlo, y utilizo la cantidad de palabras necesarias para expresarse, aun
cuando en su cabeza se concentraba el ruido más silencioso del mundo.
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